Halloween

Este pasado viernes se “celebró” Halloween. Y hago uso de comillas porque durante ese día me pregunté repetidas veces qué es lo que se celebra. Aparentemente, esta fiesta le debe su origen a tradiciones irlandesas y escocesas, que marcaban esta fecha como el fin de la cosecha y empezaban a almacenar provisiones para el crudo invierno que se avecinaba. Al mismo tiempo, creían que durante estas fechas la línea divisoria entre el mundo de los muertos y el mundo viviente era de lo más difusa, permitiendo a los espíritus malignos entrar en el mundo viviente acarreando enfermedades y desgracia.

Esto es lo que me quedó después de visitar unos cuantos links que Google me proporcionó. Línea divisoria entre el mundo de los muertos y el mundo viviente… “Já!” me dije a mí mismo. Lo que experimenté durante ese día me dio más la impresión que la línea divisoria entre el mundo de la fantasía y el mundo normal (valga la redundancia, quién dijo que el mundo normal no es fantasía) era lo que se desvanecía. Cada cosa me confirmaba que estos dos mundos se estaban fusionando: una Blancanieves que tiene por adicción café de Starbucks en lugar de manzanas; un Peter Pan que necesita de zapatos Nike para volar; un Mario originario de la India. Pero lo que me iluminó el día fue ver a un afroamericano debajo de una capucha del Ku Klux Klan. Pare por un momento, primero para reír y luego para darme cuenta de lo que tenía ante mis ojos. Un afroamericano, que a pesar de todo el dolor y sufrimiento que este grupo de blancos supremacistas ha infligido a diferentes grupos raciales, tiene el coraje (o la locura) de llevar esa distintiva vestimenta.

Y ahí me di cuenta de lo difusa que era esta línea. Tal vez Halloween sea un día para enfrentar los espíritus malignos que nos atormentan, tal vez sea un día para tomarse las cosas no tan en serio. Tal vez es un día para reírse sin pena de las ironías de la vida, tal vez es un día para esconder lo irónico de nuestras vidas detrás de un disfraz. Tal vez me lo estoy tomando muy en serio.